viernes, 30 de enero de 2015

TRES MIL AÑOS DE ESPLENDOR 
Cada verano, cuando el Nilo inundaba las sedientas tierras de Egipto, sus gentes asistían de nuevo al milagro de la creación. Según la mitología egipcia, en un principio la crecida cubría el mundo y en ese oscuro piélago nada se movía. Entonces brotó milagrosamente una flor de loto que abrió sus pétalos y dio nacimiento al Sol. Elevándose como un ave dorada, el Sol sometió las aguas e instó a la vida emerger del suelo. Desde entonces, cuando el Nilo retrocedía y comenzaba la temporada agrícola, el pueblo daba gracias al dios Sol Ra y a su personificación, el faraón quien usaba sus poderes divinos en provecho del país. Como la misma tierra, también el poderoso Egipto emergió de las entrañas de la confusión y la discordia. Aunque los soberanos que impusieron orden en el caos hace 5,000 años recibieran la ayuda de los dioses, tuvieron que superar muchos obstáculos. En las tierras del valle del Nilo había en realidad dos países: el Alto Egipto, en el sur, un largo valle fluvial encajonado entre abruptos desfiladeros y el desierto; y el Bajo Egipto, en el norte, un alto delta cubierto de marjales. Los acontecimientos del delta se hallaban dispersos a lo largo de los múltiples brazos fluviales; en el Alto Egipto, en cambio, el Nilo formaba una única arteria de comunicación, lo cual facilitó la consolidación política. Hacia el año 3100 a.C. el Alto Egipto estaba en manos de soberanos asentados en la ciudad de Hieracómpolis, dedicada a Horus, dios con cabeza de halcón que luego se identifico con Ra

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